Tuesday, December 17, 2013

La escritura de Elena Poniatowska: Susurros narrativos cargados de densidad existencial y crítica


La escritora mexicana Elena Poniatowska ganó recientemente el premio Cervantes de literatura, el más prestigioso de las letras hispanas. Este hecho tiene importantes implicaciones  culturales que explicaré en este artículo. Se le da el premio a una de las mejores escritoras latinoamericanas, quien ha sido capaz de narrar, desde una perspectiva fascinante y crítica, la vida y la historia de muchos personajes que normalmente permanecían ocultos entre la vida cotidiana del México contemporáneo. Indígenas cocineras, mujeres ex-revolucionarias, personajes desposeídos, personajes que han experimentado grandes injusticias, mujeres sencillas, mujeres artistas y activistas; toda una gama de personajes cuyas historias resultan sugerentes, complejas y críticas.

La trascendencia de la escritura de Poniatowska radica, en primer lugar, en su capacidad de imaginar y recrear lo que vive, lo que escucha, lo que lee; y en su talento para representar lo que su inagotable memoria es capaz de evocar. Asimismo, está el hecho de que Poniatowska haga parecer que sus narraciones son simples historias color de rosa, cuando, en realidad, ella crea un andamiaje narrativo a través del cual intenta representar las grandes fisuras comunicativas que existen entre sus personajes. A final de cuentas, la escritura de Poniatowska traza dentro de su fascinante narrativa los intrincados senderos que siguen sus personajes, en su camino hacia el despertar de su consciencia, y en su búsqueda emancipatoria, pues tratan de conocerse y conquistarse a sí mismos.

Un ejemplo de la hipótesis que antes tracé, acontece en uno de los mejores cuentos de Elena Poniatowska, “El recado” (1979). En esta historia se narra la experiencia de una mujer sin nombre, quién está esperando a Martín, a quien admira y al que describe desde una visión imaginaria, llena de inseguridad y con una ambigüedad muy marcada. Entonces, la narradora, mientras aguarda, comienza a escribir un recado que se irá convirtiendo en una carta, conforme avanza el relato. La narradora sentada en un escalón de la casa de Martín, empieza a escribir en la carta sobre tres temas básicos: los sentimientos que tiene sobre Martín; sobre su propia vida—frágil, insegura y pasiva—; y sobre el mundo que le rodea. Es así que el lector se da cuenta de que es, a través de la escritura, que la narradora anónima irá despertando su consciencia. Es decir, ella—en su anonimia, en su inseguridad, en su eterna espera pasiva—simbólicamente sería ese recado que se va convirtiendo en una carta en la que, mientras buscaba a Martín, en realidad se encontraba a sí misma, se intentaba conquistar a sí misma a través de un acto de reflexión y creación escritural. Es decir, la narradora se intentaba conocer y conquistarse a sí misma a través de la  escritura:

Estoy inclinada ante una hoja de papel y te escribo todo esto y pienso que ahora, en alguna cuadra donde camines apresurado, decidido como sueles hacerlo, en alguna de esas calles por donde te imagino siempre…te espero. Vine nada más a decirte que te quiero y como no estás te lo escribo. Ya casi no puedo escribir porque ya se fue el sol y no sé bien a bien lo que te pongo. (81)

La narradora escribe con pasión y esfuerzo, pues a pesar de que empieza a oscurecer, ella convertirá una insignificante recado en la carta de una mujer capaz de reflexionar sobre la masculinidad, sobre su feminidad, sobre su propia condición como mujer ausente que empieza a darse cuenta de sus deseos, de su cuerpo, de su sexualidad, de sus pasiones:

Sabes, desde mi infancia me he sentado así a esperar, siempre fui dócil, porque te esperaba. Sé que todas las mujeres aguardan. Aguardan la vida futura, todas esas imágenes forjadas en la soledad, todo ese bosque que camina hacia ellas; toda esa inmensa promesa que es el hombre…Todos estamos --oh mi amor-- tan llenos de retratos interiores, tan llenos de paisajes no vividos. (82) 

Una vez que la noche ha caído, la narradora habrá terminado de escribir una carta llena de evocaciones que le habrán ayudado a reconocer sus mundos: el interior y el exterior. Finalmente, ella no le hará llegar a Martín la carta, no se la dejará, sino que la guardará para sí misma, como parte de un proceso de reflexión que le ayudará a sentir sus deseos y a pensarse ella misma, pero ya no como una “promesa” sino como una serie de “retratos interiores y paisajes vividos” que ella intentará recuperar. La narradora, iba en busca del ausente Martín y nunca lo encontró. En su lugar, ella, en suma, empezó a encontrarse y a conquistarse a sí misma.

A manera de conclusión, felicito a Elena Poniatowska por este gran logro, e invito a mis lectores a acercarse a su obra. Entre los títulos que les puedo recomendar se encuentran: el libro de cuentos, De noche vienes (1979); la crónica testimonial, La noche de Tlatelolco (1971); y las novelas, Hasta no verte Jesús mío (1969); Tinísima, (1992); y El tren pasa primero (2005).




La escritora Elena Poniatowska y el Dr. Francisco Flores-Cuautle
Congreso Transatlántico, Brown University, 2007

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