La poesía de Rubén Darío:
Ritmo, mitificación y estética vitalista
Dr. Francisco Flores-Cuautle
Wichita State University
Ama tu ritmo…
Ama tu ritmo y ritma
tus acciones
bajo su ley, así como
tus versos;
eres un universo de
universos
y tu alma una fuente
de canciones.
La celeste unidad que
presupones
hará brotar en ti
mundos diversos,
y al resonar tus
números dispersos
pitagoriza en tus constelaciones.
Escucha la retórica
divina
del pájaro del aire y
la nocturna
irradiación geométrica
adivina;
mata la indiferencia
taciturna
y engarza perla y
perla cristalina
en donde la verdad
vuelca su urna.
Rubén Darío (1867-1916), poeta nicaragüense, es uno de los grandes creadores
latinoamericanos de todos los tiempos. Es conocido como el gran poeta del
modernismo latinoamericano: el movimiento estético-ideológico que Latinoamérica
aportó al mundo. El modernismo en Darío es una penetrante meditación sobre
las contradicciones socioculturales propias de la Latinoamérica de finales del
siglo diecinueve y principios del veinte. En su obra, Darío aspira a resolver
esas tensiones proponiendo una estética que intenta ritmar y fusionar los
contrarios; es decir, propone una poesía que quiere expresar la totalidad del
universo desde una visión latinoamericana que no fuese simple mimesis de la
cultura europea sino que, desde su autoctonía, fuera capaz de enunciar lo
universal. Expresó Darío en “Palabras liminares” una síntesis de su ideario identitario
y creacional: “Como cada palabra tiene un alma, hay en cada verso, además de la
armonía verbal, una melodía ideal. La música es sólo de la idea, muchas veces”.
Asimismo, la agenda
estética e ideológica de Darío la podemos observar en su poema: “Ama tu ritmo…”,
contenido en Prosas profanas y otros
poemas de 1901. Desde mi perspectiva, “Ama tu ritmo…” es uno de los grandes
manifiestos del modernismo.
En lo que sigue, analizaré este poema para explicar cómo la forma
imperativa resulta ser la clave para entender la urgencia de la voz poética que
llama al lector a hacer un esfuerzo por entender el ritmo de su retórica
mitificada y vitalista.
La inserción del
imperativo “Ama” con el que se inicia “Ama tu ritmo…” debe ser visto como el
factor esencial que desencadena las fuerzas que tensionan los distintos elementos
de esta pieza. No es casual que la voz poética comience su poema con este
precepto que llama al interlocutor a entender la magnitud de su consigna. Esta
consigna, de hecho, representa una fórmula epistemológica relacional que tiende
y distiende las fuerzas contenidas en el poema ya que, análogamente a espejos,
la voz poética nos sumerge en un vaivén rítmico (Ama tu ritmo y ritma tus acciones)
caracterizado por dos fenómenos substanciales: la expansión y la
absorción. Esto lo podemos observar si contraponemos la idea del ama del inicio (una imagen que en este
caso funciona como un verbo que implica movimiento y que busca expandir los
siguientes elementos del poema), con la de la
urna vista como el continente
de la verdad que, a final de cuentas, es volcada.
Así pues, estamos, ante un par de fenómenos que son desencadenados por la
fuerza dominante del imperativo: ama,
que introduce un programa poético cuando es enunciada la máxima: eres universo
de universos. La voz poética llama al lector a percibirse como un ser único
que forma parte de un engranaje cósmico. La imagen anterior, en efecto, implica
la noción de absorción y dispersión (el universo
– la unidad celestial— está conformado por universos,
mundos diversos, números dispersos,
expandidos).
En Darío, el fluir de “lo amoroso” libera y unifica las fuerzas más
dispares de la pieza. Es decir, la fuerza amorosa desencadenante que propone la
voz poética en esta pieza, se caracteriza por la importancia de, por un lado,
la celeste unidad engendrada a través
de la pitagorización de las constelaciones y la geometrización del cosmos, y
por el otro, el de la detonación de los universos y canciones que se
diversifican y se dispersan.
Otro lugar del poema donde podemos corroborar lo que he dicho hasta ahora
se encuentra en la cuarta estrofa:
Escucha la retórica divina
del pájaro del aire y la nocturna
irradiación geométrica adivina
En
esta estrofa, las palabras fluyen al amparo de tres ideas que, en cuanto a lo formal y al contenido, evidencian los
fenómenos que ya he citado. Al inicio del verso nueve el tono imperativo
prevalece, y el Escucha de este verso
(complementado por la idea trascendental de la existencia de una retórica divina) encabalga con el
siguiente verso. En éste, se relaciona a la retórica enunciada con un pájaro de aire y, nuevamente, se
encabalga el mensaje con el verso diez. Posteriormente, emerge el concepto de
una irradiación geométrica que la voz
poética invita al interlocutor a adivinar.
Nada es casual en el poema, los encabalgamientos subrayan el apremio por
dilatar ese verso que necesita expandirse hacia la siguiente línea y, de esta
forma, poder expresar un programa
poético dominado por la búsqueda de una retórica
divina. Paralelamente, la figura del pájaro
del aire ─ que simboliza la
expansión, el aire ubicuo ─ contrasta con el orden que propone la voz poética a
través del concepto de la irradiación
geometrizada regida por unas leyes que, a partir de un orden armonioso,
convocan a las fuerzas dispersas a
regresar a la celeste unidad
de la segunda estrofa.
Finalmente, en el último terceto del soneto, dos ideas contrapuestas
predominan. El tono imperativo se mantiene y la voz del poema llama al receptor
a matar la indiferencia taciturna (al
spleen de Baudelaire), por medio del engarce, paso a paso, de sendas perlas cristalinas de una verdad que
termina por volcar su urna. ¿A qué se
refiere Darío con esta verdad que vuelca su urna? ¿A la dispersión del
conocimiento, de la vida, de lo humano? Esta inserción final del verbo volcar encuentra su enlace con la
petición de la voz poética que apresura al interlocutor a ritmar sus acciones (verso
uno) bajo las leyes del universo (verso
dos) y a pitagorizar sus constelaciones
(verso ocho). Se está pues, nuevamente, ante el par de fenómenos que
caracterizan toda la pieza. A manera de diástole y sístole, la voz poética nos
lleva a través de un artefacto poético en el que a las leyes pitagóricas le son
contrapunteados los mundos diversos y
los números dispersos. Finalmente, la
muerte de la indiferencia es lograda a través de un amor-amar intenso, capaz de
relacionar las fuerzas dispersas del cosmos –a veces, ordenado y armonioso, a
veces disperso. De esta manera, el yo
imperante que domina el poema insta al interlocutor a que perciba la forma en
que el cosmos se contrae y se expande para renovar, con un ritmo similar al
fluir de la naturaleza, sus creaciones infinitas.