Dr.
Francisco Flores-Cuautle
Wichita
State University
La última película del director mexicano Alejandro González
Iñárritu—Amores perros (2000); 21 gramos (2003); Babel (2006); Biutiful
(2010)—es una sofisticada reflexión sobre la violencia, la represión y la
modernidad como angustia generalizada. El cine de González Iñárritu ha
evolucionado desde las narrativas de la confrontación identitaria—individual y
colectiva—hasta la exposición y visión crítica del mundo angustiante, donde se
desarrollan las contradicciones del sujeto dentro de la modernidad.
En esta cinta no se exponen las virtudes del
superhéroe, al estilo X-Men, sino su
decadencia, sus miserias, sus potencialidades devastadas y reprimidas. Se
expone a un superhéroe venido a menos que parece conformarse, en su vejez, con dirigir
y actuar su propia obra de teatro: De qué
hablamos cuando hablamos del amor (basada en un cuento de Raymond Carver,
publicado en 1981).
La tesis que guía Birdman
es que el sujeto dentro de la modernidad no tiene otra alternativa que resolver
su conflicto interno: entre sus deseos reprimidos y la compleja realidad que
debe enfrentar cotidianamente. El protagonista de la cinta, Riggan Thomson /
Birdman, intenta resolver este dilema a través del teatro como arte fundacional
de la representación en vivo.
Es el teatro el que lleva a Thomson a profundizar en
su ser; en su relación con las materialidades y superficialidades del mundo
cotidiano en el que vive: su relación con los demás, sus problemas económicos
elementales, por ejemplo.
A lo largo de la cinta, vemos distintas violencias: el
lenguaje soez, hiperbólico y caótico que utilizan los protagonistas; los
pasillos del teatro de Broadway donde vive Thomson, que vislumbran la interioridad
laberíntica y caótica de cada uno de los personajes, sobre todo, del
protagonista; las relaciones humanas distorsionadas y eternamente conflictivas;
y, finalmente, la agresiva voz interior de Thomson: la voz del superhéroe que
fue, la del Birdman suprahumano que le recuerda permanentemente que es capaz de
volar y controlar la gravedad material a plena voluntad.
Al final, Thomson, estando en escena, intenta un
suicidio que no se realiza, pero que le revela su destino final; debe
liberarse, no reprimir más su condición existencial, volver a ser Birdman. La
tensión se resuelve con un vuelo que provoca que el sujeto, después de hundirse
entre las profundidades de su drama personal, decida emprender el vuelo hacia
lo más afuera de él, hacia el mundo que había tratado de reprimir.
Se está, al final de la cinta, ante la ambivalencia de
la modernidad: el ser humano, al salirse completamente de él—como celebridad, como
actor, como personalidad realizada—corre el riesgo de encontrarse con su ser
más profundo, su seidad reprimida, con lo que siempre había sido, con lo que volvió
a ser al emprender el vuelo: Birdman.
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